CAPÍTULO 4 EL MUNDO ONÍRICO DE BLANCA

 

 Capítulo 4

     El ruido del portazo la despertó de golpe y la trajo de nuevo a la realidad cotidiana. Sentada en la cama y aún medio dormida, Blanca se calzó las zapatillas para ir al cuarto de baño.

«Voy a enterrar el pasado porque quiero disfrutar el presente y ser feliz».

Eso fue lo primero que vio al encender la luz del baño escrito con jabón sobre el espejo.

Olga le había dicho que si de verdad quería volver a ser feliz esa frase es la que tenía que repetirse cada día nada más levantarse, así que la noche anterior antes de acostarse agarró la pastilla de jabón y la escribió para que no se le olvidase.

Mientras se duchaba y enjabonaba con la esponja todo el cuerpo, escenas de sensualidad vividas con Yago acudieron a su memoria.

«¡¡Se acabó!!», dijo en voz alta abriendo el grifo del agua fría, que le hizo dar un grito prolongado al sentirla recorrer todo su cuerpo.

–¿Estas bien, mamá? -dijo Laura entrando precipitadamente en la habitación tras escuchar el grito de su madre.

–No pasa nada, hija. Simplemente me he equivocado al abrir el grifo y le di al de la fría.

Laura contempló la desnudez de su madre al entrar en el baño y se quedó mirándola con cierto descaro antes de que le diese tiempo a echarse la toalla por encima para taparse. A continuación, una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

–¿Se puede saber a qué viene esa sonrisita irónica? Ya veremos como las tienes tú a los 53 años.

–Pareces tonta, mamá. No me río de tus pechos, me sonrío de admiración. ¿Te has percatado alguna vez últimamente del pedazo de cuerpo que tienes? Estás para que te hagan un favor y no te cobren.

–Laura, por Dios, largo de aquí –le dijo tirándole la esponja a la cara mientras se reían juntas.

–Pero, mamá, es la pura verdad. Te conservas estupendamente. Y…. oye, ¿eso del espejo qué significa? ¿Por fin vas a hacerle caso a tu loquera y vas a entrar en el siglo XX?

–Eyyy, niña, Olga no es mi loquera. Es mi amiga y mi psicóloga. No te pases, ¿vale?

–Perdona, no iba con mala intención.

–Lo sé, pero ahora por favor lárgate de aquí y deja que acabe de arreglarme y de vestirme para desayunar. Estoy hambrienta.

–De acuerdo. Te espero en la cocina y seguimos hablando.

Se colocó frente al espejo y dejó la toalla sobre el inodoro. A los pocos minutos y después de repetirse otra vez la frase allí escrita comenzó a arreglarse diciendo en voz alta–: La verdad es que estoy para que me hagan un favor.

–¿Qué vas a hacer hoy? –preguntó a su hija, mientras untaba mantequilla y mermelada de arándanos en una gran rebanada de pan tostado.

–De momento solo sé lo que haremos esta noche. Como cada viernes llevaremos algo a casa de Paco y después de cenar nos iremos a la disco.

–Yo tengo que ir con Marga de compras. Quiero hacerme con una falda negra para el día de Navidad.

–Eso, tú ponte muy guapa para cuando lleguen papá y Andrés.

–Hablando de Andrés, llamó para decir que no estarán aquí en Navidad.

–Entonces cenareis solitos tú y papá. Aprovecha la situación y ponte romántica con él.

–¿Romántica con tu padre? Por favor, hija, no digas tonterías. Hace más de quince años que «nada de nada». Cuando viene está tan harto de sexo que si pudiese me mandaría a dormir a otra habitación. No lo hace por lo que puedas pensar tú, que aún vives con nosotros.

–No sabía que hubieseis llegado a esta situación.

–¿Por qué te crees que voy a la consulta de Olga y me refugio en mis sueños del pasado? En el cuarto de baño tú misma comentaste que estaba para que me hiciesen un favor.

–Te lo dije porque es la verdad, mamá. Más de uno de vuestros amigos estaría deseando estar en el lugar de papá y no me refiero solo por tu físico sino por cómo eres.

–Pues que tu padre se ande con cuidado. Has visto en el espejo que quiero volver a la «realidad de este mundo» y esta vez haré todo lo posible para ir dejando atrás mi vida pasada para agarrarme con fuerzas a la nueva, aunque para ello tenga que tomar alguna solución drástica.

–¿Hablas en serio, mamá? ¿Te quieres divorciar de papá a estas alturas de tu vida?

–¿Quién habla de divorciarse de nadie? Lo que te digo es que me he propuesto volver a ser feliz y no va a haber nada ni nadie que me lo impida, ni siquiera mi pasado, que estará toda la vida dentro de mi alma, y por supuesto, mucho menos tu padre.

–¿Quieres que nos veamos después y comemos juntas, mamá?

–¿No sales hoy con Manolo?

–Hasta las siete no termina. Luego pasará a buscarme para ir a casa de Paco, así que no tengo nada que hacer más que estar contigo, además tienes que empezar a decirme todo lo que necesitaré tener para la casa cuando me case.

–¿Habéis hablado ya de boda?

–Claro, mamá. Creo que fue una de las cosas que más me enamoró de él. Dice que ya no somos unos críos y que va siendo hora de pensar en llenar una casa de «pequerrechos».

–Entonces ya tendréis planes de dónde vais a vivir, ¿no?

–Por supuesto.

–¿Dónde?

–Aquí.

–¿Aquí en casa? –preguntó algo sorprendida.

–Aquí en Vigo, muy cerquita de vosotros. En Rosalía de Castro.

–Llámame cuando terminéis las compras tú y Marga y te recojo con el coche para ir a comer al club de campo.

–Pues ya que vamos a Canido nos acercamos un momento a Monte Ferro. Pensaba hacerlo antes de Navidad yo sola, pero aprovecho el viaje y voy contigo.

–Mamá, mamá, en qué has quedado esta mañana.

–Tranquila, hija, es precisamente para dejar el pasado atrás, te lo prometo.

Laura se levantó de la mesa al oír que sonaba el teléfono del salón.

–Ya voy yo, mamá –dijo.

–Sí ¿Quién le digo que la llama?… Soy Laura, papá. Te oigo muy mal… Papá, hoy es sábado y además ya no voy a clase. Ahora trabajo. Te paso con mamá. No cuelgues, le estoy acercando el teléfono.

–¿Cómo estás, cariño? Me alegro de oírte. ¿Cuándo llegas, para ir a buscarte a la llegada del avión a Peinador? ¿Que han surgido complicaciones y no vienes? Vale, vale, no me des explicaciones, adiós. Sí, te paso con tu hija.

–Dime, papá. Laura se alejó por el pasillo mientras hablaba con él, mientras su madre se metía en su cuarto y cerraba la puerta.

–¿Puedo pasar, mamá?

–Pasa, hija.

Estaba tumbada en la cama sollozando boca abajo.

–¿Te das cuenta, hija, de lo que me quiere y me respeta tu padre? Siempre tiene alguna excusa absurda para no venir, aunque sea Navidad. ¿Cuál es esta vez?

–Dice que tiene que hacer una suplencia a otro médico de la compañía que se ha puesto enfermo justo antes de salir para Canarias desde Grecia.

–¡Qué casualidad! Él está en Grecia, y en Atenas es donde sé que tiene un lío con una camarera del casino donde suele ir a jugar cuando pernoctan en el puerto. Lo sé porque hace años me lo dijo una amiga cuyo marido estaba embarcado con él y se lo contó una noche de copas.

Se levantó de la cama y fue al cuarto de baño para arreglarse.

–Nada va a arruinar mi día de compras con mis amigas y menos la comida contigo, cielo. Te llamo cuando haya quemado la visa oro comprando. «Paga el amo y señor de la casa», dijo cerrando tras de sí la puerta.

A las 13:30 Laura paro el coche frente la parada del autobús donde su madre hacía unos minutos la estaba esperando.

–Hola, mamá. ¿Ya has fundido la visa?

–Solo he comprado una blusa de seda blanca, la falda negra y unos pantis negros y otros gris oscuro. No soy tan estúpida como para gastarme un dinero que también es mío y que no sé si alguna vez me puede hacer falta.

–Estupendo. A las dos en punto tenemos mesa reservada para tres.

–¿Para tres? ¿Quién es esa tercera persona?

–Sorpresa, sorpresa. Nos estará esperando en Canido.

Durante el trayecto Blanca fue todo el rato pensando quién podía ser esa persona.

–¿Cuándo has quedado con esa persona?

–Llamó a casa a los cinco minutos de que te fueras con Marga.

–O sea que la conozco.

–Claro que la conoces, si no ¿para qué iba a llamarte a casa?

–Bueno, por lo menos dime si es él o ella.

–Él.

–¿Él?

–Sí, mamá, él. Y ahora ten paciencia y espérate cinco minutos para saber de quién se trata, ¿vale?

–De acuerdo, tendré paciencia, pero ¿es rubio o moreno?

–Ni rubio ni moreno. Más bien calvo y negro.

–¿Calvo y negro? Tú me estás vacilando, niña.

–Sí, sí, tú prepárate. Ahí está su coche, eso significa que ya está dentro.

Solo había cuatro coches y no reconoció ninguno.

–Buenas tardes, Fernando –saludaron las dos casi al mismo tiempo, dirigiéndose al portero del club.

–Buenas tardes, señora Román, buenas tardes señorita Laura. Un caballero las está esperando en la barra.

Al dirigirse al comedor donde tenían hecha la reserva, Blanca reconoció en el acto la silueta del hombre que estaba sentado de espaldas a ellas bebiendo una copa de vino blanco.

–Dios mío, no puede ser. Es…

–Sí, puede ser, mamá. Es el tío Jon-Jon.

Blanca se quedó sin palabras por la emoción al ver que su hermano venía hacia ella con los brazos abiertos, dispuesto a levantarla del suelo con un fuerte abrazo. Desde que JJ pudo levantar a su hermana, este era el saludo habitual cada vez que se reencontraban después de una separación, abrazo en volandas y un beso en cada mejilla.

–JJ, que alegría verte hoy aquí. ¿A qué se debe esta sorpresa, hermano?

–La sorpresa se la debes a Laura, pues fue ella la que me llamó.

–¿Para qué le llamaste, hija?

–Eyyy, eyyy, un momento. Vamos a sentarnos a la mesa. Allí seguimos hablando y resolviendo este «misterio». Tengo un hambre de caballo –dijo JJ, rodeando a cada una por la cintura con sus robustos brazos.

Acomodados en la mesa que les tenían reservada al fondo del comedor, debajo de un gran ventanal desde donde se divisaba la isla de Toralla se dispusieron a leer la carta para ver lo que pedían.

Madre e hija leían la misma y la iban comentando.

–Umm. Esto parece delicioso. Vamos a pedir uno para cada una. ¿Y esto, te apetece? Sí, mucho.

–¿Y tú, tío? Ya sabes lo que vas a pedirte para comer.

–Sí, sobrina. Ya podemos avisar para que nos hagan el pedido.

Dijeron lo que comerían y cuando vino la señorita que les atendía JJ dijo:

–De primero nos va a traer tres volovanes rellenos de gambas y aguacate y de segundo 2 lenguados menier con alcaparras y un entrecot poco hecho con muchas patatas y lechuga.

–¿Para beber querrán algún vino?

–Pónganos media de ribeiro, media de rioja tinto y una botella grande de agua sin gas, por favor.

–Muy bien. Muchas gracias.

–De entrante les habían traído unos trocitos de empanada de chocos y un platito con tres pinchos de patatas bravas.

–¿Me cuentas ahora que haces tú por aquí y por qué te llamó Laura?

–Me llamó para felicitarme las navidades.

–¿Y para qué más?

–Para contarme que por una serie de razones este año los tres te iban a dejar con la cena de Nochebuena y la comida de Navidad colgadas, cuando ya tenías todo comprado y decidido.

–La vida a veces no es como una se imagina que le gustaría que fuese. Hay imprevistos que de la noche a la mañana pueden cambiarte los planes y no pasa nada.

–Ya sé que no pasa nada, de todas maneras, yo la iba a pasar con unos amigos en Santiago, ¿Te acuerdas de Marta y Javito? Ella trabajaba en la pastelería de Noia y él era y es mi maquinista.

–Claro que me acuerdo ¿Se casaron verdad?

–Sí, están casados y ya tienen chica y chico con 22 y 24 años que viven sus vidas. Este año se van con sus respectivas parejas a un crucero por el mediterráneo. Precisamente salen mañana sábado y vuelven el martes treinta para pasar el fin de año con sus padres.

–¿Y a mí qué me va todo esto que me cuentas?

–Es muy sencillo hermana, ¿Qué te parecería venirte con nosotros a Santiago?

–Tú no estás bien de la cabeza, primero ¿Qué pinto yo con vosotros? Y segundo ¿Qué hago con la comida que tengo preparada? ¿Por qué en vez de ir yo a Santiago no os venís vosotros a Vigo? De esta forma os ahorráis hotel y comidas.

–Eso, eso, tío, veniros vosotros aquí el martes y si queréis os vais el jueves veintiséis. Yo te doy permiso para que te comas todo lo mío.

–Tendría que contárselo a Javito.

–Pues llámalo.

–¿Ahora?

–Si JJ, llámalo a hora. Dile que me apetece mucho verlos y que a mí no me apetece ir a Santiago, porque por esas fechas está todo abarrotado de turistas y de grupos de estudiantes de todas partes del mundo.

JJ salió del comedor donde apenas tenía cobertura el móvil y regresó a los pocos minutos.

–¿Qué te ha dicho?

–Que a ellos también les hace mucha ilusión verte y están encantados de venir.

Las dos mujeres lanzaron un «BIENNNN» que hizo que los comensales que había miraran todos hacia ellas.

La comida iba transcurriendo entre risas y bromas mientras hacían planes para los próximos días.

JJ ya había cumplido 56 años. Su larga melena de los 21 ahora se había convertido en una calva casi perfecta, pues solo tenía una franja de pelo que iba de oreja a oreja por detrás de la cabeza y que no era más ancha de dos dedos, que prácticamente no se le apreciaba por llevarla rapada casi al cero. La falta de pelo hacía que su cuero cabelludo, expuesto todo el rato al sol, y el agua de la mar estuviese más moreno de lo normal lo que le daba el aspecto de parecer más mulato que blanco. Había echado más de 15 kilos encima y con su altura parecía todo un armario. No estaba gordo pero su tamaño imponía, ya no era el hombre de 21 años de piernas finas y delgadas. Laura siempre que lo veía le gastaba la misma broma: «Si no fueses el hermano de mamá tú no seguirías virgen y soltero, ya te habría cazado, tío bueno». A lo que él siempre respondía de la misma manera: «Soltero no te lo discuto, pero lo de virgen vamos a dejarlo correr».

Cuando murió Juan, su padre, hacía cinco años a causa de un infarto, con 75 años, él se había quedado con las dos barcas que este tenía y con unos pequeños ahorros que guardaba en el banco.

Tuvo varias novias conocidas pero las relaciones nunca llegaron a buen puerto, porque él se sentía un espíritu demasiado libre como para ponerse ataduras.

Por su parte Blanca heredó la casa familiar de toda la vida y dos pequeñas parcelas de 2 hectáreas aproximadamente cada una, que vendió a buen precio hacía dos años. El dinero que obtuvo lo metió a plazo fijo de 5 años a un buen interés pese a la crisis.

Aún estaban tomando los cafés y unos chupitos de orujo cuando apareció Carlos. Se sentó dos mesas antes que la suya, ocupada por dos señores que charlaban alegremente con sendas carpetas abiertas encima de la mesa de la que ya les habían retirado todo el servicio de la comida.

–¿Has visto a Carlos, mamá?

–Sí, supongo que luego se acercará a saludarnos ya que me he dado cuenta de que se ha fijado en que estamos aquí.

–¿Quién es?

–Es el abogado de Luis y mío y ahora le está arreglando unos asuntos a Laura.

–Tiene muy buena facha –les dijo a madre e hija guiñando un ojo.

–No seas mal pensado, tío. Yo tengo novio y mamá tiene a papá, de momento.

–¿Cómo que de momento?

Blanca, ¿hay algo nuevo que yo no sepa del imbécil de tu marido?

–Tío, por favor, que es mi padre.

–Laura, ya no eres una cría. Sabes que tu padre es un desgraciado que os trata como si fueseis trapos sucios, tanto a vosotras como a tu hermano. ¿Cuál ha sido su última putada?

–Ya te lo conté por teléfono, a tres días de Navidad. Llama a mamá pera decirle que no viene, cuando ya había dicho que vendría el 23.

–Tendrá mejores planes como siempre. ¿Esta vez qué es, rubia o castaña, peluquera o dependienta?

–Solo nos ha dicho que tiene que sustituir a un compañero que se ha puesto malo a última hora en Atenas.

–Ya, menudo golfo está hecho.

–Buenas, que os aproveche –dijo Carlos acercándose a la mesa.

–¿Te sientas y te tomas un café y una copa con nosotros?

–Te lo agradezco… –dijo extendiendo la mano en ademán de saludo.

–Jon-Jon, soy hermano y tío de estas dos preciosidades. Encantado, Carlos –y estrechó la mano que le tendían con fuerza.

–Lo mismo digo.

Hechas las presentaciones y después de tomarse un par de copas con ellos quedó con Laura para el lunes por la tarde en su despacho y se despidió.

–A ver si quedamos una tarde de estas y nos tomamos algo para celebrar las fiestas.

–Descuida, Carlos. Te llamaremos.

–Espero vuestra llamada, Blanca. Hasta entonces.

Eran más de las 4:30 cuando los tres salían a una de las mesas de fuera a fumarse los últimos cigarrillos y una faria delante del último café antes de irse. Laura le dijo a su madre que se le había hecho muy tarde y que si no le importaba dejase lo de la visita al Monte Ferro para otro momento.

–No te preocupes, cielo, hay muchos días. Ya iremos.

–Vete tranquila, ya la llevo yo y así lo conozco. Yago me habló muchas veces de él.

Cuando llegaron, JJ se quedó maravillado del lugar y de las vistas que se divisaban desde allí, mientras Blanca estaba con los brazos cruzados delante de la Virgen, mientras su corazón rezaba en silencio.

«Virgen del Carmen, patrona de los marineros, un día me lo arrebataste llevándotelo contigo para siempre. Cuídalo con amor de madre hasta que yo pueda reunirme con él y ayúdame a alcanzar esa felicidad que un día tú me negaste llevándotelo, pues en sueños me pide que sea feliz y quiero cumplir su voluntad. Te lo suplico, Madre, ayúdame»

Blanca, esto es precioso,

Al darse cuenta de que delante de él estaba su patrona, adoptó un aire de respeto y se santiguó dos veces diciendo en voz alta: «Estrella de los mares, bendícenos».

–¿Ya, Blanca?

–Sí, JJ. Ya podemos irnos. Le he pedido a la Virgen que me lo cuide hasta que nos volvamos a ver.

–¿Te han gustado las vistas?

–Son impresionantes y preciosas. Las Cíes se ven majestuosas desde aquí.

–¿Qué harás hasta el martes que vengamos nosotros?

–De momento no tengo pensado nada. Supongo que saldremos las amigas a tomar algo y a hacer un par de compras de última hora.

–¿Te vienes a mi casa al pueblo? He hecho obras y no la vas a conocer. De paso le echas un ojo a tu casa y ves cómo está. Yo he ido pasándome por ella como te prometí cuando murió papá y he hecho un par de chapuzas que hacían falta.

–¿Y qué pinto yo, allí sola, mientras tú sales a la mar mañana y el lunes?

–La gente del pueblo te quiere y se llevaran una enorme y agradable sorpresa al verte.

–Laura se va mañana y me gustaría despedirme de ella.

–Pues vamos a tu casa y te despides de ella antes de que se vaya de cena. Tenía que ir a ducharse y cambiarse, según dijo.

–Sí, vamos a ver si aún la pillamos.

Cuando llegaron a casa Laura todavía no había ido a cambiarse para la cena. Los dos hermanos aprovecharon para hablar sin que su presencia les coartase al tratar según qué temas referidos a su padre.

–Si he de serte sincera JJ, sí que se me ha pasado por la cabeza divorciarme de Luis, pero todavía no es el momento adecuado. En esta decisión tengo que tener todo muy bien estudiado y atado para no salir perjudicada.

–Eso es razonable, pero no creo que te lo ponga fácil cuando se lo plantees.

–Ni yo misma sé si lo haré o no, lo que sí tengo muy claro es que el día que me decida o que quiera hacerlo, ese día lo haré y no tendré miedo a lo que ocurra después o a lo que puedan pensar otras personas. Antes sí tenía estos miedos, pero he cambiado mucho desde la última vez que nos vimos hace casi dos años, JJ.

–Ya iba siendo hora, hermanita. Ahora sí veo a la pequeña y a la joven que fuiste. Nadie era capaz de doblegar tus convicciones, ni siquiera papá. Pero cuando te casaste todo cambió porque el amor es ciego y no te dejaba ver que eras doblegada y manipulada por tu marido.

–Tengo que darte toda la razón, JJ. Al principio no era capaz de ver nada porque le quería muchísimo, pero cuando nació Andrés y él se buscó un puesto en la Marina Mercante porque le molestaban los lloros y los gritos de por la noche, entonces me di cuenta de que era un egoísta dejándome sola frente a la educación de nuestro hijo. Pero como venía a casa siempre que podía yo, aún conservaba la esperanza, esperanza que él se preocupó de matar cuando nació Laura a los dos años. Fue entonces cuando pidió los destinos transoceánicos que hace ahora. Con esa actitud me demostró que ni yo ni sus hijos pequeños le importábamos lo más mínimo.

–Desde luego, no comprendo cómo un padre puede querer estar meses y meses sin ver a sus hijos cuando son pequeños, y no irlos viendo crecer día a día y ser parte de la educación y de ese crecimiento diario.

–Mientras los críos me han necesitado y los he tenido en casa ellos han sido mi apoyo en los malos momentos, pero esa etapa está a punto de terminar. Con Andrés casado y con su propia casa y con la niña a punto de casarse y de volar del nido…

–¿Me estás diciendo que mi ahijada, mi Laurita, mi niña se casa?

–Tu niña, como tú la llamas, ya tiene 28 años, JJ. Tiene un novio estupendo y estás navidades precisamente no cenan conmigo porque lo harán con los padres de él, ya que quieren conocerla, pues tienen la intención de casarse para el verano. Así que ya sabes, padrino, vete ahorrando para la boda.

JJ se había quedado pasmado con la noticia. Estaba todavía rumiándola cuando apareció Laura por la puerta.

–Hola. ¿Aún andas por aquí, tío?

–Hemos venido para decirte que estos días me voy a su casa a pasar las navidades y poder darme una vuelta por nuestra casa. ¿Qué te parece?

–Me parece genial, mami. En el pueblo estarás arropada por todos tus amigos y amigas de juventud. Te lo vas a pasar genial sin el plasta de papá.

–Tú te quedarás sola, cariño. María se va mañana por la mañana a Cangas para pasar las fiestas con su familia.

–Ni te preocupes, mamá. Estaré muy poquito en casa. Nosotros también nos vamos.

–¿Viene Manolo ahora a buscarte?

–No, se va directamente a casa de Paco.

–Entonces nosotros nos vamos a ir. No quiero que lleguemos muy tarde al pueblo, tu tío está algo cansado.

Tras hacerse una pequeña maleta con las cosas indispensables para esos cuatro días y despedirse de la hija, Blanca y JJ pusieron rumbo hacía la península de Barbanza, más concretamente a Porto Sin, que es donde tenían sus casas.

A las 21:00, y después de haber colocado las cosas que había traído en casa de JJ, decidieron salir a tomar algo para no ponerse a hacer la cena.

Primero fueron al restaurante Portofino, donde compartieron una ración de empanada de atún y unos choquitos rebozados. Como no había nadie conocido por Blanca decidieron dar una vuelta hasta la punta del faro antes de irse a descansar a casa.

A las 4 de la madrugada escuchó el ruido de la primera sirena que anunciaba la llegada a puerto y que pondría en movimiento a todo el personal en tierra.

Se acostó tan cansada que durmió de un tirón hasta que la sirena la despertó. Abrió la puerta de la habitación y comprobó que la luz de la cocina estaba encendida y que su hermano ya estaba levantado y trajinando en el sótano.

Se lavó cara y boca y se enfundó una especie de albornoz que había detrás de la puerta del baño.

Se asomó a la escalera y llamó a su hermano.

–JJ, sube, por favor. No encuentro lo del desayuno.

–Si me visitaras más a menudo conocerías mi casa como la palma de tu mano. ¿Cuánto hacía que no venías?

–Desde la muerte de papá, hace casi 6 años.

–Mucho tiempo, hermanita. Espero que la próxima no la demores tanto. Nos hacemos mayores y los años ahora pasan de tres en tres.

–Pasarán de tres en tres para ti, guapo. Yo aún me considero joven y de buen ver.

–Lo que tú digas, joven. ¿Te apetece venirte conmigo a la lonja y tomar otro café en el Poniente?

Al escuchar ese nombre algo se agitó dentro de su corazón que la paralizó durante unos segundos.

–Sí, JJ, me apetece, y como ayer en Monte Ferro, hoy el Poniente me servirá de terapia para enfrentarme al reto de salir del pasado para empezar a vivir feliz el presente.

–En el garaje del sótano, en el armario, tienes colgada tu ropa de faena. Yo que tú me la pondría. Aquí a estas horas hace mucho frío, no te olvides del gorro de lana.

Blanca se puso sus antiguas ropas y con alegría comprobó que le estaban perfectas. No parecía que hubiesen pasado 30 años. Se emocionó al ponerse el gorro de lana gruesa que le regaló su padre el último día que se embarcó en El Cormorán para ir a pescar con él: «Ponte este gorro que me hizo tu madre unos meses antes de morir. Lo he estado guardando para ti y este es el mejor momento para regalártelo. Quiero que lo tengas tú como recuerdo de ella».

Guardaba ese momento muy dentro de su corazón. Había terminado los estudios de ATS y hasta enero no tenía nada que hacer, por eso se había convertido en un experto marinero bajo las enseñanzas de su padre y de su hermano.

Eran las cinco y diez y en la vieja cuatro latas de su padre, que aún funcionaba, se dirigieron hacia la lonja, donde ya había mucho movimiento y trajín de palés cargados de sardinas.

Todo seguía igual que cuando ella se había ido. Bueno, todo no. Ya no conocía ninguno de los barcos que estaban atracados descargando sus bodegas. Agarrada al brazo de JJ le preguntó:

–¿Dónde tienes El Cormorán I y II?

– El II está por Foz, en Asturias. Vendrá el 23 por la mañana. El I estará a punto de llegar.

JJ estaba orgulloso de poder conservar en estos tiempos dos barcos de pesca que pertenecieron a su padre, aunque uno de ellos, el Cormorán II, prácticamente lo había pagado él. Lo compraron dos años antes de que muriese porque JJ se empeñó en que él ya quería tener su propio barco de pesca.

En una mesa del fondo estaba sentado el viejo Manuel acompañado de otros viejos camaradas que como él se tiraban todo el día contando sus batallitas de antaño a todo jovenzuelo que se acercase a saludarlos.

Nada más entrar, Blanca paseó su mirada por todo el establecimiento recordando cada detalle que sus ojos enfocaban. Al verlo se le acercó por detrás y tapándole los ojos con ambas manos le dio un beso en su reluciente calva diciéndole: «Manuel, ¿quién soy?»

El viejo tocó sus manos con las suyas en un intento de adivinar a quién pertenecía aquella fina y educada voz. Tocándolas y acariciándolas un momento que le pareció eterno contestó:

–No tengo ni idea de quién eres niña, pero sí sé que unas manos tan finas no son de ninguna de por aquí, que las tienen ásperas por el duro trabajo de los campos y la mar.

–Tienes razón, viejo, pero te equivocas. Sí soy de aquí.

Retiró las manos de los ojos y se colocó en cuclillas apoyada en la mesa delante de él.

–¿Me reconoces, mi querido Manuel?

La miró fijamente unos segundos y antes de contestar se le llenaron los ojos de agua. Sacó un pañuelo todo arrugado del bolsillo del chaquetón que llevaba y secándoselos repuso:

–¡Virgen del Carmen! Mirad quién ha venido a verme, la hija de mi amigo Juan, la Blanca.

–Sí, padrino. La Blanca.

Ahora sus brazos rodearon el cuello del anciano mientras este se había puesto de pie y la abrazaba sollozando de felicidad.

Cuando por fin pudo separarse de él se sentó a la mesa con ellos y levantando la voz para ser escuchada gritó: «¡Un café con leche muy caliente para calentar a una mujer muy fría!»

Desde la barra se escuchó: «¡Marchando un café muy caliente para calentar a una joven muy fría!» Era la voz de JJ que repetía la broma del día que en ese mismo lugar. Blanca conoció a Yago.

Se hizo un gran silencio en el interior del Poniente. Unos conocían la escena por haberla vivido personalmente, los otros la habían oído contar cientos de veces a sus mayores. Todos tenían la mirada puesta en Blanca, que se había puesto de pie al escuchar a su hermano y se dirigía lentamente hacia la barra. Al llegar se puso a dar palmadas con ambas manos sobre ella, cada vez más deprisa y haciendo más ruido. Todos los presentes hicieron lo mismo y la acompañaron hasta que el ruido fue ensordecedor. A los pocos minutos ella levantó las manos hacia el techo y todos dejaron de golpear. Se hizo de nuevo el silencio y se volvió a escuchar su voz al dirigirse al camarero que estaba en la máquina del café: «Eyyy rapaz, ¿y ese café bien caliente para calentar a esta mujer tan fría?

De nuevo se desató la locura. Ella se acercó a su hermano y le abrazó mientras le susurraba al oído: «Gracias por traerme aquí estas fiestas, hermanito. Te debo otra».

El Cormorán I estaba atracando cuando los dos hermanos salían del Poniente a su encuentro.

Casiano, el patrón desde hacía unos tres años, era un hombre de mediana talla y algo entrado en carnes. Nada más poner los pies en tierra se dirigió hacia JJ:

–Patrón, con la mar que hemos tenido esta noche, la cosa ha estado algo floja y no pasamos de las 45 cajas en total.

–No te preocupes, amigo, los peces ya huelen las fiestas de Navidad y preparan sus vacaciones como nosotros.

EL comentario hizo reír a todos los presentes, incluida Blanca, que se adelantó a estrechar la mano del nuevo patrón.

–Encantada, Casiano. Soy…

–Ya sé quién eres, encanto. –Abrazándola como si la conociese de toda la vida la alzó un palmo del suelo para luego bajarla y decirle–: Eres Blanca, la hermana de mi jefe y buen amigo. Eres exactamente igual a como todos te describen en el pueblo, pero al natural, ahora, veo que eres mucho más hermosa y más… más… Bueno, eso, que estás muy bien.

Su sinceridad a veces le hacía meterse en problemas de los que no sabía cómo salir y eso mismo le acababa de ocurrir.

–Perdón, lo de hermosa iba por lo guapa que eres, no porque estés gorda. A ver si me entiendes, es una manera de hablar que con los nervios…

–Estate tranquilo, hombre. No me has ofendido ni molestado.

–A veces meto la pata hasta el fondo sin querer, por eso me llaman Casiano Bocazas.

Entre risas, bromas, presentaciones, descargar la pesca y llevarla a la lonja para ser subastada se hizo casi la hora del almuerzo.

–¿Qué tal ha ido el precio de la subasta? Ya no me acuerdo de nada de esto.

–No ha ido tan mal como suponía. El haber menos capturas y aumentar la demanda por las fechas en las que estamos ha hecho que se pague un poco más cara y eso compensa más o menos la balanza. Con la llegada del II se compensará la semana y tendremos buen final de año.

JJ estaba contento. Había tenido un buen año y eso le permitía poder contratar para el próximo a los dos patrones, dejándole a él la tranquilidad de no tener que salir todos los días a la mar.

En las próximas elecciones municipales quería presentarse a la alcaldía y ya estaba dedicando tiempo a aprender todos los entresijos necesarios para ser un buen representante del pueblo y de sus ciudadanos. Se movía por todas las concejalías como pez en el agua, pero la que más le llamaba la atención y le gustaba era la de Agricultura y Pesca, por ser a la que su gremio de pescadores pertenecía.

Blanca quería tomarse unos vinitos y unos mejillones en Portofino y, junto con Javito, que había dado por finalizada la revisión de la sala de máquinas, se dirigieron hacia allí.

–Marta estará muy contenta de volverte a ver. A menudo cuenta vuestras batallitas de jóvenes y se nota que te echa mucho de menos.

–Yo a ella también, pero en estos días nos pondremos al corriente. Aprovechando que no están vuestros chicos pienso pasar mucho rato con ella y le pediré que me aconseje.

–¿Que te aconseje en qué?

–No seas cotilla. Eso es cosa nuestra.

–De acuerdo, no preguntaré nada más –y con los dedos hizo como si cerrase una cremallera en su boca.

–Así me gusta. Calladitos estáis más guapos.

Después de comer decidió acercarse a ver cómo estaba su casa después de casi 6 años sin darse una vuelta por el pueblo.

Al meter la llave de hierro en la vieja cerradura del portón de entrada, esta chirrió por falta de aceite y después de dos vueltas completas se abrió. Los goznes también se quejaron, pero esta vez el sonido era mucho más ronco. «Mañana les pondré un poco de aceite», murmuró para sus adentros.

La estancia estaba prácticamente a oscuras, solo la claraboya del cuarto de baño dejaba pasar un poco de luz al pasillo que llevaba hasta la cocina. El frío intenso y húmedo le acarició su blanca cara de urbanita y le hizo llorar los ojos. «¡Qué barbaridad! Menudo frío hace aquí dentro –dijo echándose la capucha del chubasquero por encima de la cabeza–. Veamos los arreglos que ha hecho JJ y si ha valido la pena el dinero que me pidió por ellos».

Tanteó la pared de la derecha de la puerta y encontró la clavija de la luz. La duda de con qué se iba a encontrar la hizo esperar un par de segundos antes de pulsarla.

Por raro que le resultara no vio polvo en la entrada. Se imaginó que Marta sería la responsable de que todo estuviese limpio. No se imaginaba que JJ después de hablar con Laura por teléfono ya había planeado traerse a su hermana al pueblo para pasar las navidades. La llamada a Javito fue una mera forma de despistarla.

Lo primero que le llamó la atención era que el suelo ya no tenía aquellas horribles baldosas hexagonales de color verde oscuro con matices marrones. Ahora una tarima flotante de color roble cubría toda la superficie que la vista alcanzaba desde la puerta de la calle por la que había entrado. La emoción hacía que el corazón le latiera más deprisa al tiempo que le apretaba la garganta.

«Menos mal que estoy sola –pensó–. No puedo ni hablar. Esto ha quedado mucho mejor y más bonito de lo que yo me había imaginado».

Se fue directa a ver cómo estaba la vieja y destartalada cocina.

Y la primera sorpresa la tuvo antes de entrar. Una puerta corredera de dos cuerpos imitando una gran puerta de estilo francés con los cristales opacos y de color blanco sustituía a la carcomida puerta antigua. Esta vez sus dos manos, una encima de la otra, fueron a parar a su corazón. «¿Será desgraciado el muy mamón? No me dijo que había hecho nada de esto. Simplemente que se había limitado a hacer un par de arreglillos. Veamos qué nueva sorpresa hay en la cocina».

Todo estaba como ella recordaba que lo había dejado, pero todo se había modernizado.

Se acercó al ventanal de la derecha y lo abrió para que entrara la luz. La ventana de guillotina había desaparecido; ahora tenía dos manivelas que al girarlas abrían las dos contras que tapaban la entrada de la luz en el interior y que dejaban al descubierto el ventanal de guillotina, que era de PVC de color verde. Miró hacia el otro lado y comprobó que era igual al que acababa de abrir.

Su hogar de leña y carbón antiguo tampoco estaba en su lugar. Una moderna cocina de cinco fuegos a gas con su correspondiente campana extractora de humos daba el toque de elegancia a la habitación, junto con el horno y el microondas encastrados en el mismo mueble. El nuevo frigorífico de acero inoxidable estaba al lado de la despensa que se había alicatado por dentro hasta el techo y a la que se le había cambiado la puerta por una de color blanco,

La mesa y las sillas eran las mismas, pero se lijaron, pintaron y tapizaron para darles un aspecto más acorde con los tiempos.

El pavimento que era de cemento pulido ya no estaba. En su lugar unas placas de cerámica de 50 por 50 de color gris, negro y blanco daban sensación de frescura y limpieza. La vieja alacena también fue sometida a un tratamiento de cambio de aspecto y seguía pareciendo antigua y vieja, pero ahora tenía un color grisáceo que hacía juego con el nuevo suelo.

No sabía para dónde mirar. Estaba desconcertada y entusiasmada, reía y lloraba. Mientras no dejaba de dar vueltas observándolo todo, solo se percató de la iluminación cuando antes de irse y cerrar las contras que había abierto encendió la luz para no quedarse a oscuras.

Dos lámparas de acero inoxidable y cristal colgaban del techo. Una de forma redonda estaba colocada justo encima de la cocina, la otra estrecha y alargada se encontraba en el centro repartiendo por todos los rincones la luz de sus cuatro bombillas esféricas de bajo consumo.

Al cerrar de nuevo el portón pensó: «Ahora sí que será fácil venderla en caso necesario».

Con paso decidido y medio bailando se encaminó a casa de su hermano mientras una leve sonrisa iluminaba su cara roja por el frío y la humedad del ambiente.

Ya era de noche y la niebla empezaba a posarse encima de los tejados más altos, mientras que cual serpiente se iba enroscando en los mástiles de las antenas y radares de los barcos atracados en el puerto. Para los hombres que habían salido a faenar por la tarde esa niebla se lo iba a poner algo más complicado.

–Buenas tardes, hermano. Ya estoy en casa. ¿Dónde estás?

–Abajo, en el garaje. Ahora subo. Estoy con unos amigos terminando una cosa.

–No hace falta que subas. Me cambio y bajo.

JJ y sus amigos estaban arreglando aparejos de pesca y bebiéndose unas cervezas. Se acercaba la hora de cenar y allí mismo, encima de una mesita plegable que abrieron, pusieron unas empanadas que habían traído ya cortadas de la panadería. Mientras seguían trabajando iban vaciando poco a poco las dos bandejas. Ella se unió a la fiesta y estuvo compartiendo y bebiendo con ellos. A las 11 pensó que era buen momento para irse a la cama. Estaba cansada y había vivido emociones intensas que quería digerir a solas.

–JJ, tú y yo mañana tenemos que hablar de mi casa.

–¿Te ha gustado?

–Gustado es decir poco. Me ha alucinado. Eres un fenómeno.

–El mérito no es solo mío. Los que ves aquí todos han echado una mano. Unos con trabajo y otros con ideas y trabajo. Es mérito de todos.

–Entonces, gracias de corazón a todos vosotros. Antes de irme pago unas rondas en el Poniente.

–Eso está hecho, Blanca. Te tomamos la palabra.

Se despidió de cada uno dándoles un beso y subió a acostarse.

Sola en la cocina y ya en pijama y bata se preparó un batido de chocolate que calentó en el microondas. Se apoyó sobre la encimera de mármol negro y encendió su último pitillo del día.

A sorbos pequeños iba saboreando el batido. Al beberlo conservaba un rato en la boca antes de tragárselo, para dar una chupada al humeante pitillo que tenía en su mano izquierda. Cerraba los ojos para lentamente dejar que el humo acariciase su cara al expulsarlo suavemente por la boca y la nariz. Estaba totalmente absorta en sus pensamientos cuando sonó el teléfono de la cocina justo detrás de ella.

–Dígame.–Hola, Marta. Cuéntame. ¿A Porto Do Son por la tarde? Vale. Te acompaño y charlamos. Tengo muchas cosas que contarte.

–De acuerdo. Te espero aquí a las 4 de la tarde. Buenas noches.

Ya en la cama y totalmente a oscuras, por primera vez desde hacía mucho tiempo, se sentía feliz.

Pensó que empezaba a querer volver a vivir, a ser feliz y que alcanzar esa felicidad solo dependía de ella.

La escena de ese día en el Poniente no le trajo recuerdos amargos de un pasado roto; al contrario, sintió alegría por haber podido vivir esos momentos mágicos con Yago. Al revivirlos hoy, esa alegría volvió a su corazón.

Lo mismo le ocurrió al entrar en la casa que había sido de su padre y que ahora, al haber muerto este, era suya. En seis años no pudo venir a verla. Le hacía daño el recuerdo de su padre paseando por la casa. Lo veía preparándole el desayuno a las cuatro de la mañana, o sentado en la mesa de la cocina hablando y educando a sus hijos cuando eran pequeños o cuando, ya adultos, hablaban los tres juntos de sus cosas o se contaban pequeños secretos que a esas edades les parecían muy importantes.

No se explicaba ese cambio repentino de sensaciones y sentimientos, pero le gustaba. Empezaba a ser feliz en el presente. Cosas banales, sin importancia ni trascendencia ninguna, ahora le producían alegría y satisfacción proporcionándole pequeños momentos de felicidad.

Con estos pensamientos positivos en su mente, se quedó profundamente dormida.

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Muchos de vosotros ya la habéis leído, bien por habérmela pedido a través de la página web o por haberla comprado en los eventos en los que acudí para firmarla, por eso, y para darle la oportunidad a otros de poder leerla, os pido que compartáis este post en vuestros respectivos muros.

Un abrazo

Paco.

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